LECCIÓN 159
Doy los milagros que he recibido.
1. Nadie puede
dar lo que no ha recibido. Para dar algo es preciso poseerlo antes. En este
punto las leyes del Cielo y las del mundo coinciden. Pero en este punto
difieren también. El mundo cree que para
poseer una cosa tiene que conservarla. La salvación enseña lo contrario. Dando
es como reconoces que has recibido. Es la prueba de que lo que tienes es tuyo.
2. Comprendes que estás sano cuando ofreces
curación. Aceptas que el perdón se ha consumado en ti cuando perdonas. En tu
hermano te reconoces a ti mismo, y así te das cuenta de que eres pleno. No hay
milagro que no puedas dar, pues todos te han sido dados. Recíbelos ahora
abriendo el almacén de tu mente donde se encuentran y dándoselos al mundo.
3. La visión de Cristo es un milagro. Viene de
mucho más allá de sí misma, pues refleja el Amor Eterno y el renacimiento de un
amor que, aunque nunca muere, se ha mantenido velado. La visión de Cristo
representa el Cielo, pues lo que ve es un mundo tan semejante al Cielo que lo
que Dios creó perfecto puede verse reflejado en él. En el espejo tenebroso que
el mundo presenta sólo se pueden ver imágenes distorsionadas y fragmentadas. El
mundo real simboliza la pureza del Cielo.
4. La visión de Cristo es el milagro
del que emanan todos los demás milagros. Es su fuente, y aunque permanece con
cada milagro que das, sigue siendo tuya. Es el vínculo mediante el cual el que
da y el que recibe se unen en el proceso de extensión aquí en la tierra, tal
como son uno en el Cielo. Cristo no ve pecados en nadie. Y ante Su vista, los
que están libres de pecado son todos uno. Su santidad les fue otorgada por Su
Padre y por Él Mismo.
5. La visión de Cristo es el puente entre los dos
mundos. Y puedes tener absoluta confianza en que Su poder te sacará de este
mundo y te llevará a otro que ha sido santificado por el perdón. Las cosas que
aquí parecen completamente sólidas, allí son meras sombras, transparentes,
apenas visibles, a veces relegadas al olvido e incapaces de poder opacar la luz
que brilla más allá de ellas. A la visión se le ha restituido la santidad y
ahora los ciegos pueden ver.
6. Éste es el único regalo del Espíritu Santo, el
tesoro al que puedes recurrir con absoluta certeza para obtener todas las cosas
que puedan contribuir a tu felicidad. Todas ellas se encuentran ya aquí, y se te
dan sólo con que las pidas. Aquí las puertas no se cierran nunca, y a nadie se
le niega la más mínima petición ni su necesidad más apremiante. No hay
enfermedad que no esté ya curada, carencia que no se haya suplido, ni necesidad
que no haya sido satisfecha en éste, el áureo tesoro de Cristo.
7. Aquí es donde el mundo recuerda lo que perdió
cuando fue construido. Pues aquí se le repara y se le renueva, pero bajo una
nueva luz. Lo que estaba destinado a ser la morada del pecado se convierte
ahora en el centro de la redención y en el hogar de la misericordia, donde
todos los que sufren son curados y se les da la bienvenida. A nadie se le niega
la entrada a este nuevo hogar donde su salvación le aguarda. Nadie es un
extraño aquí. Nadie le pide nada salvo el regalo de aceptar la bienvenida que
se le ofrece.
8. La visión de Cristo es la tierra santa donde las
azucenas del perdón echan raíces. Ése es su hogar. Desde ahí se pueden llevar
de vuelta al mundo, pero nunca podrán crecer en sus tierras estériles y
superficiales. Tienen necesidad de la luz y del calor, así como del amoroso
cuidado que la caridad de Cristo les provee. Necesitan el amor con el que Él
las contempla. Y se convierten en Sus emisarias, que dan tal como recibieron.
9. Toma lo que quieras de Su depósito para que sus
tesoros puedan multiplicarse. Las azucenas no abandonan su hogar cuando se
traen al mundo. Sus raíces aún siguen allá. No abandonan su fuente, sino que
llevan su beneficencia consigo y convierten al mundo en un jardín como aquel
del que vinieron y al que retornarán con una fragancia todavía mayor. Ahora son
doblemente benditas. Han transmitido los mensajes de Cristo que traían y éstos
les han sido devueltos. Y ellas se los llevan gustosamente de vuelta a Él.
10. Contempla el caudal de milagros desplegados
ante ti para que los des. ¿No eres acaso merecedor de esos mismos regalos
cuando Dios Mismo dispuso que se te dieran? No juzgues al Hijo de Dios, sino
sigue el camino que Dios ha señalado. Cristo ha soñado el sueño de un mundo
perdonado. Ése es Su regalo, por medio del cual puede tener lugar una dulce
transición de la muerte a la vida; de la desesperación a la esperanza. Permitámonos
por un instante soñar con Él. Su sueño nos despierta a la verdad. Su visión
nos proporciona los medios para regresar a nuestra eterna santidad en Dios, la
cual nunca perdimos.
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