LECCIÓN 188
La Paz de
Dios refulge en mí ahora.
1. ¿Por qué esperar a llegar al Cielo? Los que
buscan la luz están simplemente tapándose los ojos. La luz ya está en ellos. La
iluminación es simplemente un reconocimiento, no un cambio. La luz es algo
ajeno al mundo, y tú en quien mora la luz eres asimismo un extraño aquí. La luz
vino contigo desde tu hogar natal y ha permanecido contigo porque es tuya. Es
lo único que trajiste contigo de Aquel que es tu Fuente. Refulge en ti porque
ilumina tu hogar y te conduce de vuelta al lugar de donde vino y donde
finalmente estás en tu hogar.
2. Esta luz no se puede perder. ¿Por qué esperar a
encontrarla en el futuro, o creer que se ha perdido o que nunca existió? Es tan
fácil verla que los argumentos que demuestran que no está ahí se vuelven
irrisorios. ¿Quién podría negar la presencia de lo que está en él mismo? No es
difícil mirar en nuestro interior, pues ahí nace toda visión. Lo que se ve, ya
sea en sueños o procedente de una Fuente más verdadera, no es más que una
sombra de lo que se ve a través de la visión interior. Ahí comienza la
percepción y ahí termina. No tiene otra fuente que ésta.
3. La Paz de Dios refulge en ti ahora, y desde tu
corazón se extiende por todo el mundo. Se detiene a acariciar cada ser vivo, y
le deja una bendición que ha de perdurar por siempre y para siempre. Lo que da
no puede sino ser eterno. Elimina todo pensamiento de lo efímero y de lo que
carece de valor. Renueva todos los corazones fatigados e ilumina todo lo que ve
según pasa de largo. Todos sus dones se le dan a todo el mundo, y todo el mundo
se une para darte las gracias a ti que das y a ti que has recibido.
4. El resplandor de tu mente le recuerda al mundo
lo que ha olvidado, y éste a su vez restituye esa memoria en ti. Desde ti la
salvación irradia dones inconmensurables, que se dan y se devuelven. A ti que
das el regalo, Dios Mismo te da las gracias. Y la luz que refulge en ti se
vuelve aún más brillante con Su bendición, sumándose así a los regalos que
tienes para ofrecérselos al mundo.
5. La Paz de Dios jamás se puede contener. El que
la reconoce dentro de sí tiene que darla. Y los medios por los que puede hacerlo
residen en su entendimiento. Puede perdonar porque reconoció la verdad en él. La
Paz de Dios refulge en ti ahora, así como en todo ser vivo. En la quietud, la
Paz de Dios se reconoce universalmente, pues lo que tu visión interna contempla
es tu percepción del universo.
6. Siéntate en silencio y cierra los ojos. La luz
en tu interior es suficiente. Solo ella puede concederte el don de la visión. Ciérrate
al mundo exterior y dales alas a tus pensamientos para que lleguen hasta la paz
que yace dentro de ti. Ellos conocen el camino. Pues los pensamientos honestos,
no mancillados por el sueño de cosas mundanas externas a ti, se convierten en
los santos mensajeros de Dios Mismo.
7. Éstos son los pensamientos que piensas con Él.
Ellos reconocen su hogar y apuntan con
certeza hacia su Fuente, donde Dios el Padre y el Hijo son Uno. La Paz de Dios
refulge sobre ellos, y no pueden sino permanecer contigo, pues nacieron en tu
mente, tal como tu mente nació en la de Dios. Te conducen de regreso a la paz,
desde donde vinieron con el solo propósito de recordarte cómo regresar.
8. Acatan la Voz de tu Padre cuando tú te niegas a
escuchar. Y te instan dulcemente a que aceptes Su Palabra acerca de lo que eres
en lugar de fantasías y sombras. Te recuerdan que eres el co-creador de todas
las cosas que viven. Así como la Paz de Dios refulge en ti, refulge también en
ellas.
9. El propósito de nuestras prácticas de hoy es
acercarnos a la luz que mora en nosotros. Tomamos rienda de nuestros
pensamientos errantes y dulcemente los conducimos de regreso allí donde pueden
armonizarse con los pensamientos que compartimos con Dios. No vamos a permitir
que sigan descarriados. Dejaremos que la luz que mora en nuestras mentes los
guíe de regreso a su hogar. Los traicionamos al haberles ordenado que se
apartasen de nosotros. Pero ahora les pedimos que regresen y los purificamos de
cualquier anhelo extraño o deseo confuso. Y así, les restituimos la santidad
que es su herencia.
10. De esta forma, nuestras mentes quedan
restauradas junto con ellos, y reconocemos que la Paz de Dios refulge todavía
en nosotros y que desde nosotros se extiende hasta todos los seres vivos que
comparten nuestra vida. Los perdonamos a todos y absolvemos al mundo entero de
lo que pensábamos que nos había hecho. Pues somos nosotros quienes construimos
el mundo como queremos que sea. Ahora elegimos que sea inocente, libre de pecado
y receptivo a la salvación. Y sobre él vertemos nuestra bendición salvadora,
según decimos: La Paz de Dios refulge en mí ahora. Que todas las cosas refuljan
sobre mí en esa paz y que yo las bendiga con la luz que mora en mí.
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