LECCIÓN 57
1. No soy víctima del mundo que veo.
¿Cómo puedo ser la víctima de un mundo que
podría quedar completamente des-hecho si así lo eligiese? Mis cadenas
están sueltas. Puedo desprenderme de ellas solo con desearlo. La
puerta de la prisión está abierta. Puedo marcharme en cualquier momento
solo con echar a andar. Nada me retiene en este mundo. Solo mi deseo
de permanecer aquí me mantiene prisionero. Quiero renunciar a mis
desquiciados deseos y caminar por fin hacia la luz del sol.
2. He inventado el mundo que veo.
Yo mismo erigí la prisión en la que creo
encontrarme. Basta con que reconozca esto y quedo libre. Me he engañado
a mí mismo al creer que era posible aprisionar al Hijo de Dios. He estado
terriblemente equivocado al creer esto, y ya no lo quiero seguir
creyendo. El Hijo de Dios no puede sino ser libre eternamente. Es
tal como Dios lo creó y no lo que yo he querido hacer de él. El Hijo de Dios se encuentra
donde Dios quiere que esté y no donde yo quise mantenerlo prisionero.
3. Hay otra manera de ver el mundo.
Dado que el propósito del mundo no es el
que yo le he asignado, tiene que haber otra manera de verlo. Veo todo al
revés y mis pensamientos son lo opuesto a la verdad. Veo el mundo como una
prisión para el Hijo de Dios. Debe ser, pues, que el mundo es realmente un
lugar donde él puede ser liberado. Quiero contemplar el mundo tal como es
y verlo como un lugar donde el Hijo de Dios encuentra su libertad.
4. Podría ver paz en lugar de esto.
Cuando vea el mundo como un lugar de
libertad, me daré cuenta de que refleja las leyes de Dios en lugar de las reglas que yo
inventé para que él obedeciera. Comprenderé que es la paz, no la guerra,
lo que mora en él. Y percibiré asimismo que la paz mora también en los
corazones de todos los que comparten este lugar conmigo.
5. Mi mente es parte de la de
Dios. Soy muy santo.
A medida que comparto la paz del mundo con
mis hermanos empiezo a comprender que esa paz brota de lo más profundo de mí
mismo. El mundo que contemplo ha quedado iluminado con la luz de mi perdón
y refleja dicho perdón de nuevo sobre mí. En esta luz empiezo a ver lo que
mis ilusiones acerca de mí mismo ocultaban. Empiezo a comprender la
santidad de toda cosa viviente, incluyéndome a mí mismo,
y su unidad conmigo.
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