LECCIÓN 58
1. Mi
santidad envuelve todo lo que veo.
De mi santidad procede la percepción del
mundo real. Habiendo perdonado, ya no me considero culpable. Puedo
aceptar la inocencia que es la verdad con respecto a mí mismo. Cuando veo
el mundo con los ojos del entendimiento, sólo veo su santidad porque lo único
que puedo ver son los pensamientos que tengo acerca de mí mismo.
2. Mi
santidad bendice al mundo.
La percepción de mi santidad no me bendice
únicamente a mí. Todas las personas y todo cuanto veo en su luz comparten la dicha
que mi santidad me brinda. No hay nada que esté excluido de esta dicha porque
no hay nada que no comparta mi santidad. A medida que reconozca mi santidad, la
santidad del mundo se alzará resplandeciente para que todos la vean.
3. No hay nada que mi santidad no pueda hacer.
El poder
curativo de mi santidad es ilimitado porque su poder para salvar es ilimitado. ¿De
qué me tengo que salvar, sino de las ilusiones? ¿Y qué son las ilusiones
sino falsas ideas acerca de mí? Mi santidad las desvanece a todas al
afirmar la verdad de lo que soy. En presencia de mi santidad, la cual
comparto con Dios Mismo, todos los ídolos desaparecen.
4. Mi santidad
es mi salvación.
Puesto que mi santidad me absuelve de toda
culpa, reconocer mi santidad es reconocer mi salvación. Es también
reconocer la salvación del mundo. Una vez que haya aceptado mi santidad,
nada podrá atemorizarme. Y al no tener miedo, todos compartirán mi
entendimiento, que es el regalo que Dios me hizo a mí y al mundo.
5. Soy bendito
por ser un Hijo de Dios.
En esto reside mi derecho a lo bueno y solo
a lo bueno. Soy bendito por ser un Hijo de Dios. Todo lo que es
bueno me pertenece porque así lo dispuso Dios. Por ser Quien soy no puedo
sufrir pérdida alguna, ni privaciones ni dolor. Mi Padre me sustenta, me
protege y me dirige en todo. El cuidado que me prodiga es infinito y
eterno. Soy eternamente bendito por ser Su Hijo.
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